En la actualidad aún no hay un conceso conceptual del acoso u hostigamiento sexual, aunque este fenómeno es sin duda considerado como una forma de violencia de género y un atentado contra los derechos humanos, pues representa una forma de agresión ejercida sobre todo a mujeres, no solo en seno del hogar, sino también en espacios públicos, incluidos los predios universitarios [1].
En un contexto real, el acoso sexual en las instituciones de educación superior es un fenómeno que tradicionalmente se ha mantenido en la clandestinidad, debido a que las personas que se han expuesto a estas prácticas violentas tienden a ocultarlo por miedo a represalias [2]. En este contexto, en nuestro país apenas desde el año 2015, se inició la visualización de estas formas de violencia en las aulas universitarias cuando docentes y estudiantes de una institución de educación superior hicieron visibles varios casos de hostigamiento sexual [3].
El acoso sexual cometido en espacios universitarios es una forma de violencia que tiene como base sustentada la cultura patriarcal y discriminación sexista [4]. Su cometimiento causa graves daños en el bienestar físico, psicológico y sexual, además de repercusiones en el campo académico y laboral de las personas que la padecen, afectando primordialmente a mujeres y la población GLBTIQ+, grupos que muestran una clara vulnerabilidad, pero puede afectar también a varones [1,5,6]. Idealmente las instituciones de educación superior (IES) deberían contar con un protocolo de identificación, manejo y prevención de acoso sexual en los predios universitarios, no obstante, al ser un fenómeno invisibilizado, es importantísimo el aporte investigativo que pueda orientar a políticas institucionales que cambien una realidad latente pero que se mantiene en reserva aún en la actualidad con el auge de los movimientos feministas y de la revolución tecnológica [7,8].
Ante lo expuesto resulta evidente que la praxis del acoso sexual en los campos universitarios es un fenómeno invisibilizado, es una forma de violencia y una inconcebible violación de derechos humanos, que requiere un abordaje emergente, no punitivo, sino más bien demanda un enfoque conciliador que impulse acciones de reconocimiento, manejo y prevención de dicha problemática.
Planteamiento del problema
El acoso sexual en universidades, es una problemática que se encuentra en una fase explorativa y en proceso de visibilización en el Ecuador, por lo que en la revisión de la literatura se palpó una notoria falta de información de dicho fenómeno, lo que irónicamente mostraría que no es un problema prioritario a ser investigado. No obstante, la equidad de género, aún es un tema pendiente a aplicar en instituciones de educación superior (IES), pues si bien es cierto las IES son espacios abiertos al debate sobre desigualdades entre hombres y mujeres, aún se observan enormes brechas entre la teoría y la práctica, evidenciándose grandes resistencias y obstáculos en los roles de las actividades laborales o académicas con particular relevancia en las mujeres dentro de los predios universitarios [2,3,10].
Las investigaciones publicadas en el último lustro sobre la problemática son muy escasas, con honrosas excepciones, como es el caso de Álvarez y Guarderas, quienes en el 2018, en una investigación mixta, cuanti-cualitativa con enfoque ontológico, relativista y epistemológico realizada en una IES quiteña, detallaron situaciones de acoso percibidas por los estudiantes en las siguientes dimensiones: verbal, escrito, visual y físico; concluyendo que en que los actos de acoso sexual, sobre todo en mujeres, son considerados como situaciones sutiles y de leve gravedad y en muchos casos hasta pasan desapercibidas, lo que implica una naturalización de estas prácticas de orden sexual y como es lógico una perpetuación de la violencia de género [11,12].
Por su parte, María de Lourdes Larrea, académica de la Universidad Andina Simón Bolívar, es sin duda una de las docentes que ha iniciado e impulsado un movimiento en reconocimiento de la problemática del acoso sexual en las comunidades universitarias del Ecuador, exponiendo que “el acoso sexual es una constante en todos los estamentos”, subrayando además que las mujeres y los integrantes de la comunidad GLBTIQ+ son los grupos más afectados, como parte de su aporte esta autora elaboró un formulario para la valoración del acoso sexual en estudiantes de educación superior del Ecuador [2,3,13].
En este punto conviene mencionar que el acoso sexual es un tema que se mantiene oculto o bajo las sombras, debido a que las víctimas prefieren mantenerse en la clandestinidad, ante dos escenarios, callar para evitar represalias o revictimización, o en su defecto realizar denuncias anónimas, por carteles, redes sociales u otros medios de comunicación [14–16].
Justificación
Resulta trascendental sumarse al esfuerzo de otras IES en el reconocimiento de acoso sexual y sus factores de riesgo, ello con el objeto de contribuir con la reducción de violencia de género en el ámbito universitario desde una perspectiva estudiantil. En este punto conviene subrayar que los esfuerzos investigativos que plantea esta investigación para intentar visibilizar un fenómeno “oculto” en los predios universitarios, de ninguna manera debería concebirse con un carácter punitivo, sino más bien sustentarse con la necesidad de contar con datos confiables que permitan generar procesos de transformación de patrones sociales y culturales gestores de violencia, además de impulsar la construcción de políticas institucionales y nacionales de detención, atención y prevención de casos de acoso sexual en las instituciones de educación superior.
Para Bosh y colaboradores en el 2012, el concepto de acoso sexual está ligado a la reivindicación feminista, y desde este enfoque el acoso sexual es un ejercicio de poder, aunque tenga un fenotipo sexual. El uso del poder no solo emplea la autoridad para exigir satisfacciones sexuales, sino pone en práctica un poder de género y una manifestación patriarcal en el mundo laboral (con su extensión académica). El acoso sexual desde el punto de vista de esta autora, constituye una manifestación de discriminación basada en género, que afecta de manera fundamental a mujeres, pues tiene relación con los roles de género en la vida cotidiana [17].
Comúnmente existe confusión en dos términos de acoso y abuso sexual, para aclarar estas discrepancias se citará lo expuesto en el Código Orgánico Integral Penal vigente en el Ecuador, donde en su artículo 166 tipifica el acoso sexual como “la persona que solicite algún acto de naturaleza sexual, para sí o para un tercero, prevaliéndose de situación de autoridad laboral, docente, religiosa o similar, sea tutora o tutor, curadora o curador, ministros de culto, profesional de educación o de salud, personal responsable en la atención y cuidado del paciente o que mantenga vínculo familiar o cualquier otra forma que implique subordinación de la víctima, con amenaza de causar a la víctima o a un tercero, un mal relacionado con las legítimas expectativas que pueda tener en ámbito de dicha relación”; a diferencia del abuso sexual, que hace referencia expresamente a “la persona que contra la voluntad de otra, ejecute sobre ella o la obligue a ejecutar sobre sí misma u otra persona, un acto de naturaleza sexual, sin que exista penetración o acceso carnal [18].
Enfoques teóricos del acoso sexual
Bosh y colaboradoras [17], propusieron 5 enfoques teóricos que podrían explicar el acoso sexual:
Teoría socio-cultural feminista: como consecuencia lógica de la desigualdad de género que cataloga a la mujer como un ser “inferior” al hombre. Esto asociado a una sociedad evidentemente patriarcal que justifica y perpetúa los mecanismos de control a las mujeres, en esencia el poder asociado al género es un fundamento clave de esta teoría.
Teoría organizacional: explica el acoso en base a factores relacionados con la estructura, evidenciando desigualdades jerárquicas, condiciones laborales y normas de trabajo. Este planteamiento niega el efecto del género en el acoso, sustentando que las mujeres se volvieran acosadoras si tuvieran el poder.
Teoría de la extensión de roles sexuales: las mujeres son vistas como entes seductores y distractoras de los hombres, y en su rol laboral se dejan de lado sus cualidades profesionales.
Teoría biológico-natural: explicada en función de los instintos, que parten de la naturaleza humana, y es una situación irremediable, por lo que debería naturalizarse pues está relacionada con la evolución y las diferencias entre hombres y mujeres.
Teoría de los cuatro factores: se basa en que para que ocurra el acoso sexual se requiere la interacción de cuatro condiciones: el acosador que debe estar impulsado por una combinación de poder, control o atracción sexual; superar la inhibición para no acosar (restricciones morales); haber superado las inhibiciones externas de no acosar (normas, leyes); superación de resistencias de la persona acosada.
Comportamientos físicos: contacto físico no consentido tales como: palmadas, pellizcos, contactos en el cuerpo, intentos de violación y coacción para sostener relaciones sexuales [23].
Comportamientos verbales: expresiones de orden sexual que incomodan, términos insinuantes para estimular contactos sexuales, comentarios obscenos [23].
Comportamientos no verbales de naturaleza sexual o simbólica: exhibición de fotos sexualmente sugestivas o pornográficas y de objetos materiales escritos, miradas o gestos impúdicos, silbidos, o gestos de connotación sexual [23].
Prevalencia
Según lo reportado por el Instituto Ecuatoriano de estadísticas y Censos (INEC), en el año 2019, el acoso sexual en el ámbito educativo fue el 19.2%, donde el grupo etario de 30-44 años es el más afectado en un 22.8%; en cuanto a los grupos étnicos los afrodescendientes representan un 21.9%, seguido de los indígenas en 21%. Las provincias de Cotopaxi, Azuay, Pastaza, Sucumbíos y Tungurahua reportan una frecuencia de acoso sexual de 30.4%, 27.7%, 25.4% 24.3% y 24.1% respectivamente [19].
Echeverría el al., en México en el 2018, identificaron que de 2070 estudiantes universitarios 697 reportaron haber sido acosados sexualmente, lo que representa un 33.8%. Las situaciones más comunes de acoso se describieron como “miradas morbosas o gestos sugestivos” con 33.94%, seguida de la exposición de carteles, calendarios o pantallas de computadora o teléfono celular con imágenes de naturaleza sexual que incomodaban” en un 18.79%. Solo el 2% presentó las denuncias y el 44% señaló que las autoridades no hicieron nada [20]. En Perú, Alarcón et al., observaron altos porcentajes de acoso sexual en 2 universidades de este país, con 63.7% para una institución de educación superior y 77.5% para otra [21].
Cuadra y colaboradores, aplicaron una encuesta a 2627 estudiantes de una universidad peruana, reportándose una prevalencia de hostigamiento sexual de 63.6%, expresando manifestaciones verbales o físicas; en el 72.6% de los casos el acoso fue realizado por estudiantes y 16.8% docentes; 13 participantes denunciaron y solo 6 recibieron respuesta adecuada o satisfactoria de las autoridades de esta institución de educación superior [22].
Diego Andrés Aguirre Jara